Cereso rojo
Hercilia Castro
A la entrada había una camioneta
de la Estatal, los polis estaban comiendo, se olían las tortillas y el estofado
o algo parecido, hasta ganas le dieron a la chica de pedirles un taco. Se
acercó de nuevo a la puerta de malla ciclónica y vio que seguían los mismos
estatales “¡Hola!Aún siguen aquí, no los cambian”- dijo para romper el hielo.
Sí, aún no nos cambian.
¿Está Raúl? Vengo a verlo- dijo
segura de que la dejarían entrar. Espera a que le digan y ven si te dejan entrar. Nidia no tuvo que esperar tanto, conocía a Raúl de sus corridas nocturnas,
aunque sólo salieron una vez junto con Dionisio, el recuerdo candente de diez
años atrás era lo que le abría la puerta verde.
Omar, déjala pasar- se escuchó
adentro de la otra puerta del otro candado, después de haber pasado por cuatro
custodios y haber dejado la bolsa y la credencial en la entrada. Otra puerta más
y entró a la oficina de Raúl, un dispensario mejor dicho, surtido de
medicamentos por si los internos lo ameritaban, aunque ambos sabían que en caso
de gravedad la ayuda llegaba tarde.- ¿En qué te puedo ayudar, Nidia? Dime, soy
todo oído- dijo. La chica no podía decir las cosas, o más bien le costaba
trabajo porque nunca esperó pedirle favores al diablo.
Necesito pedirte un favor, tengo
que ver a Fernando-dijo entre murmullos, como se habla en los ceresos.-
¿Fernando, qué Fernando? No sé a quién te refieras- respondió el director
negando la realidad de los capos encarcelados, de los jefes templarios que por
casi tres años tuvieron el control de la plaza en el puerto. –El cuñado de William, Raúl, ya sabes quién-.
-¡Ah ya! ¿Para qué quieres ver a
Nando?, Mira Nidia, no sé qué traigas pero te estás metiendo en un hueco sin
fondo, un hueco del que nunca vas a salir, si es por ese amigo, déjalo, va a pagar, tú estate
tranquila; yo te estimo y te conozco de hace años, no te puedo ayudar, deja las
cosas tranquilas-dijo tratando de convencer a la joven. Raúl, necesito
información, saber del paradero de James y sólo Nando sabe, tú sabes lo que
pasó, sólo serán unos minutos.- Yo te doy todo lo que quieras, sabes que te
estimo, eres mi mejor amiga, de mis mejores amigos, pero no me pidas eso, no
quiero que te involucres más, que le pidas favores a esos tipos que son unos
asesinos y luego tengas que pagar esos favores, esos tipos no se tientan el
corazón y te descuartizan.
Ella sólo lo vio con mirada
melancólica. Está bien, está bien, vente el sábado a la hora de visita, yo voy
a hablar con él, pero será en locutorio, ya sabes, cinco minutos y te vas, yo
haré como que nunca supe nada, ni tú dirás nada, aquí no supimos nada, pero te
advierto, si Nando decide verte está bien, si no, ni modo él
decide, vente el sábado. Y claro que el capo decidía, a pesar de que en los
últimos seis meses ya era Abel a quien los reos habían votado porque mandara.
Las reglas adentro son diferentes y con el cambio de jefe había libertad para
unos y sometimiento para otros. Adentro, pasando las últimas rejas, los narcos
mandaban a pesar de estar hacinados con otro tipo de delincuentes, incluso, los
que tenían expedientes fabricados. Nidia y Raúl lo sabían.
Gracias, Raúl- dijo Nidia- Oye,
¿es verdad que ahora el mando lo tiene la Nueva Generación?- preguntó para
terminar el tema escabroso. -¿Quién te dijo eso?- ya sabes que tengo muchos
contactos- sonrió Nidia- Mira Nidia, eso dice la gente afuera, eso dicen los
reos adentro, yo sólo te puedo decir que se vienen muchas cosas feas, el
gobierno lo sabe, por qué crees que hay estatales afuera, tuve que pedir más
protección, más refuerzos y que se haga la voluntad de Dios, ojalá no pase nada.- Esperemos
que no- cerró la chica.
Entre abrazos y gracias se
despidieron los viejos amigos, a conciencia que las matanzas entre los cárteles
iban a aumentar y estaban entre el fuego,
en cualquier momento sin deberla ni temerla podían ser un daño colateral más,
una cifra más en las estadísticas. Omar, déjala salir, la señorita ya se va-
ordenó-. Al cruzar las tres puertas de nuevo sin que nadie la revisara, se
despidió de los custodios conocidos, esos con cara de seriedad, de autoridad,
aunque en el fondo supieran estaban expuestos y bajo las reglas del narco.
Afuera, sintió que las piernas se le doblaban y se iba a caer de los tacones,
un frío le recorría el cuerpo y el corazón agitado, y el llanto, a punto de
salir. Pero controló como siempre la sensación de dolor, impotencia de saberse
en un mundo de corrupción, autoridades corruptas que doblaban las manos ante el
narco, y narcos que ya eran el cuarto poder, mientras la prensa quedó al último
lugar.
No llores mi niña, no llores mi
bebé. Repitió para sus adentros mientras corría alejándose del cereso y se repetía
que nunca más volvería a pisar ese lugar como lo hizo un año antes de
ayudar a su ex amante. Llegó a su casa y quedó dormida en un profundo sueño,
para despertar sin recuerdos. El sábado dejó de existir.
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