Elena
en el mar violeta
Elena navegaba
en la barcaza sobre un mar violeta de hojas de lluvia de oro, cambiaba la
tonalidad según su estado de humor, pero eso a ella no le importaba, sólo
pensaba en su astroviajero, en el regreso a casa, al hogar que no parecía tener
luces prendidas, a la terracita con balcón donde meses antes habían reído
platicando de libros, de política, ciencia y amor, la rutina de compartir los
deberes y salir a caminar por las tardes, regresar a casa, amarse y dormir. Pensaba qué sería del astronauta, si ya
comería o no, qué horas son en la luna, cómo será la noche en la luna.
Imaginaba llegar
al hogar, quitarse la ropa salada, y que, al prender la luz, el astronauta (ya
sin el traje espacial porque pesa mucho), estaría aguardándola en la terracita
con balcón al parque. Y que lloraría de alegría, de gusto, le besaría a su
astroviajero y lo abrazaría cándida, amorosa y sin reproche alguno por tan
larga ausencia. Que harían el amor -porque ellos sí se amaban- hasta que el astronauta
la dejara embarazada.
Pero el mar sabe
a sal, y el viaje en la barcaza se prolongaba, ya le daba sueño, pero extrañaba
su cama y recordaba que no le había dado de comer al gato negro. Tampoco había dejado puesta la lavadora y ya
tenía la montaña de ropa sucia, por las horas perdidas en el computador leyendo
las noticias del retraso del cohete y de haber estado mirando por la ventana,
ver si el astronauta le mandaba un beso al asomarse de la luna.
Elena se quedó
dormida del cansancio de sus pensamientos, la zozobra y melancolía la
vencieron, lloró y lloró hasta quedarse dormida. Al despertar, se encontraba en
la alfombra del living, junto al librero. El gato negro la observaba curioso.
Hercilia Gato 018`
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